La capacidad de asombro es una puerta a la creatividad

Hemos dejado de asombrarnos. Lejos de ser solo una emoción pasajera, es una elección que puede transformar nuestra forma de ver la vida. Recuperar esa mirada curiosa e inocente nos permite conectar con lo cotidiano y encontrar inspiración en lo más simple.

Leo Moncaliano

4/4/20243 min read

la Mujer barbuda
la Mujer barbuda

Vivimos en un mundo donde parece que ya lo hemos visto todo. Las redes sociales nos muestran cada rincón del planeta, cada detalle de la vida de los demás, cada novedad al alcance de la mano. Pareciera que el asombro se ha convertido en un lujo, algo que dejamos para las experiencias grandiosas, como un viaje a un lugar exótico o un acontecimiento inesperado. Y, sin embargo, siento que cada vez necesitamos más asombrarnos de lo pequeño, de lo cotidiano, de lo que tenemos justo frente a nosotros.

Hace poco me hice una pregunta sencilla, pero profunda: ¿Cuándo fue la última vez que me sentí genuinamente asombrado? Me sorprendió darme cuenta de que no podía recordar la respuesta de inmediato. Quizá fue porque, en la prisa diaria, en el ruido constante y las tareas interminables, he olvidado detenerme, abrir los ojos y simplemente ver. Ver, como cuando éramos niños y cada cosa, por simple que fuera, tenía un halo de misterio, como si guardara un secreto que solo podíamos descubrir si le dedicábamos el tiempo suficiente.

Pensé entonces en esa capacidad de ver con ojos de niño, en esa curiosidad sin prejuicios, sin necesidad de entender todo o de encontrarle una utilidad práctica a cada cosa. Los niños no buscan explicaciones complejas; simplemente miran, observan y se maravillan. ¿Qué pasaría si pudiéramos recuperar esa mirada? ¿Si nos permitiéramos, aunque sea por unos minutos, ver el mundo con la misma curiosidad con la que lo hacíamos de pequeños?

La capacidad de asombro, me he dado cuenta, no es solo una emoción pasajera. Es una decisión, una elección que podemos hacer cada día. No es que el mundo haya dejado de ser asombroso; es que hemos dejado de mirar. Nos hemos vuelto expertos en ver solo lo que ya conocemos, en seguir el ritmo sin detenernos, en buscar respuestas rápidas y soluciones inmediatas. Pero el asombro necesita espacio, necesita tiempo y, sobre todo, necesita apertura. Asombrarse es, en el fondo, un acto de humildad, una forma de decirle al mundo: “No lo sé todo, y está bien que así sea”.

Permitirnos asombrarnos es, también, una forma de ser vulnerables. Aceptamos que hay cosas que no entendemos, que la vida tiene matices y secretos que se escapan de nuestro control. Vivimos en una época en la que parece que debemos tener todas las respuestas, en la que se nos exige constantemente estar seguros de cada paso que damos. Pero, ¿y si el asombro fuera justamente una pausa en medio de todo eso? Un recordatorio de que la incertidumbre puede ser bella, de que no necesitamos saberlo todo para experimentar la vida de forma plena.

Para mí, el asombro se ha vuelto algo vital en mi proceso creativo. Cuando pierdo la capacidad de sorprenderme, mi creatividad se vuelve mecánica, sin alma. Pero cuando me permito ver con ojos frescos, cuando miro más allá de la superficie y dejo que incluso lo más sencillo me impacte, encuentro inspiración en cada rincón. Es como si, al abrirme al asombro, algo en mi interior también se abre, y de ahí nace esa chispa que me impulsa a crear, a compartir, a conectar.

En este viaje, he descubierto que el asombro no está reservado para grandes momentos; está en lo más común y ordinario, en lo que nos rodea cada día. Está en el reflejo de la luz en una ventana, en el movimiento del agua, en la sonrisa de alguien desconocido. Es una práctica, un hábito que podemos cultivar si nos lo proponemos, si decidimos ver el mundo desde una perspectiva nueva. No se trata de cambiar nuestro entorno; se trata de cambiar nuestra manera de verlo.

Asombrarse cada día es un acto de resistencia. Es una forma de oponernos a la prisa, al ruido, a la constante necesidad de estar ocupados. Es una invitación a vivir con más calma, a estar presentes y a ver que, aunque el mundo parezca caótico, siempre hay belleza esperando a ser descubierta. Quizá esa es la lección más importante que he aprendido: que el asombro no depende de lo que está afuera, sino de la forma en que elijo mirar.

Así que me hago una promesa y te la comparto: cada día, buscaré un momento para asombrarme. No importa cuán ocupado esté o qué tan predecible parezca la rutina; me daré el tiempo para detenerme, para mirar y para dejar que el mundo me sorprenda, aunque sea por un instante. Porque creo que, en esa pausa, en esa capacidad de asombrarse, está la clave para vivir de manera más auténtica y más plena. Y, tal vez, si logramos hacer del asombro una práctica, cada día pueda convertirse en una oportunidad para redescubrir el mundo y, de paso, redescubrirnos a nosotros mismos.